Udaipur





Los días pasan vertiginosamente como una cadena imparable de acontecimientos, algunos tan impactantes que que te dejan sin aliento.

Veo mucho machismo, hay corrupción policial normalizada y aceptada, hay clases de personas, hay contaminación y mucha basura. Hay jerarquías, tradiciones religiosas absurdas, dinero, poder... ¿y dónde no? Pero esperaba ver miseria extrema, y en cambio encuentro mucha gente dichosa, feliz como pocas personas en Occidente.

Me voy integrando en el orden de las cosas, aunque no puedo dejar de alucinar con cómo funciona esto. Un elefante se cruza por la calle del internet, miles de cables al mirar hacia arriba, mucha mierda, de vaca que se come un perro, de la niña, que va por la cuneta hasta el lago, plásticos, ninguna papelera, pocas alcantarillas, un cartón que se come otra vaca, monos al acecho de algún comilón despistado, la “exquisita” fontanería de las casas basada principalmente en el transporte de cubos de agua, la reparación de los plomos cuando pega un petardazo la luz, murciélagos enormes que merodean por las noches a la luz de una media luna totalmente tumbada...



El cerebro se bloquea cuando intentas transmitir sensaciones tan intensas que te llenan el corazón. Antes de ayer fuimos a la estación de tren para ir reservando los billetes del próximo destino (Omkareswar, Madya Pradesh). Txema y Germán regresan a Delhi para volar hacia Nepal.

Negociando un riskshow o tuc tuc; coche-moto de tres ruedas para volver al centro, y desechando ofertas de 30 rupias un rishkaw se atraviesa la calle casi derrapando y nos corta el camino... Un señor de unos 65 regordete con pinta de no ver mucho pero con una sonrisa de oreja a oreja nos anima a viajar con él... así se nos apareció “el hombre del riskshow”.
El hombre del riskhaw nos brindó un viaje muy especial, con su indingles gestual nos partíamos de la risa. Decía que no le importaba el dinero, que en su riskhaw nosotros eramos los indios y el el extranjero, dejaba de mirar la carretera para sacarnos ¿su licencia? Un adelantamiento algo inadecuado provocó un atasco en ambas direcciones de la calle del que nos costó salir, pues enseguida se agolpa todo tipo de vehículos cuando hay un mínimo atasco. Al final, para poder salir de ahí se ralló todo el rickshaw con otro, pero él seguía a lo suyo.
Al final del trayecto, aunque no quería cogernos el dinero, al final le dimos más de lo que nos pidió, porque íbamos cinco contando con él y durante la subida al centro nos parecía que iba a estallar el motor.

El día fue transcurriendo con la normalidad propia de aquí. Ya por la noche nos fuimos a cenar a uno de los hoteles más caros de Udaipur. Nos queríamos dar un lujazo. El hotel tenía piscina, ... y ascensor!! el primero que veo en India.

Después del festín, con cóctel incluido y todo tipo de atenciones, excepto el segurata de la entrada que estaba durmiendo plácidamente en su caseta-sin-puerta, fuimos dando un paseo y paramos a comprar agua en lo que parecía la última tienda abierta. En la tienda vendían botellas de agua, aunque lo que encontramos fue a dos hermanos de unos 40 que trabajaban con sus pinturas en miniatura. En seguida congeniamos y no dudaron en escribirnos entusiasmados en un papel en hindi el sitio al que solían ir cuando iban a comer fuera para comer barato y hasta reventar.

Al día siguiente estábamos allí los cuatro. Un Thali para cada uno. Ese thali era una generosa bandeja que llenan de arroz, patatas, judías, lentejas, coliflor, algunos cuencos pequeños con salsas variadas, ensalada, yogurt y pan. Es como el menú de la casa pero se puede repetir. A alguno se le resbala una gota de sudor por la cara y al secarse la frente se da cuenta de que está lleno. Pero los camareros te llenan y rellenan el plato hasta que dices ¡basta!

Para bajar la comida decidimos ir al centro andando... Nos compramos un coco y lo vamos bebiendo con pajitas por una calle atestada de tiendas de todo, desde cubos gigantes de hielo hasta gallinas, pasando por reproductores de DVD, pescado o la tienda Levis...



...
cuando de repente ahí estaba él...


Con su alegría desbocada y señalando hacia el cielo, gestualizaba que sus dioses nos habían enviado a él por segunda vez. Disfrutando de un chai en su casa hizo un repaso tan emocionado de su historia que las lágrimas de gozo caían una a una por cada uno de los miembros de su familia. Contuvimos el aliento durante esos momentos y supimos que nuestra simple presencia había hecho aflorar en una persona algo que nada material puede proporcionar.

Esa noche comprendimos algo más de lo que significa el karma para ellos.




Excursión a caballo.


Agata en clases de escultura de mármol blando.









Triste despedida de Ger y Txema después de 20 días compartiendo el viaje de nuestras vidas.

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